Fábula: El anillo del rey
Te contaré una antigua historia sufí narrada por el místico y espiritual indio Osho:
Una vez un rey citó a todos los sabios de la corte, y les informó: - He mandado hacer un precioso anillo con un diamante, con uno de los mejores orfebres de la zona. Quiero guardar, oculto dentro del anillo, algunas palabras que puedan ayudarme en los momentos difíciles. Un mensaje al que yo pueda acudir en momentos de desesperación total. Me gustaría que ese mensaje ayude en el futuro a mis herederos y a los hijos de mis herederos. Tiene que ser pequeño, de tal forma que quepa debajo del diamante de mi anillo.
Aquellos eruditos habían escrito grandes tratados, pero no sabían cómo darle un mensaje de solo dos o tres palabras que pudiera ayudar a su rey en esos momentos en los que él consideraba que esa ayuda podría marcar la diferencia.
Sin embargo, el monarca tenía un anciano sirviente muy querido, era tratado como de la familia y gozaba de un gran respeto. El rey, por esos motivos, también le consulto, y el anciano le dijo:
– No soy un sabio, ni un erudito, pero conozco el mensaje que buscas.
– ¿Cómo lo sabes? - preguntó el rey.
– Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente y, en una ocasión, me encontré con un maestro. Era un invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando nos dejó, yo lo acompañe hasta la puerta para despedirlo y como gesto de agradecimiento me dio este mensaje.
Dicho esto, el anciano escribió tres palabras en un pequeño papel, lo dobló y se lo entregó al rey con la advertencia.: - No lo leas, mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo solo cuando todo haya fracasado y no encuentres salida a tu situación.
Y ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida mientras sus enemigos le perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Finalmente, llegó a un lugar donde el camino se acababa al borde de un precipicio, entonces se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró el siguiente mensaje: “ESTO TAMBIÉN PASARÁ”.
Los enemigos que lo perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino. Pero lo cierto es que, mientras leía aquella frase, lo rodeó un inmenso silencio. Ya no se sentía el trotar de los caballos.
Tras aquel sobresalto, el rey logró reunir a su ejército y reconquistar el reino. En la capital hubo una gran celebración y el monarca quiso compartirlo con el anciano, a quien agradeció aquella providencial perla de sabiduría. El viejo le pidió entonces:
– Ahora, vuelve a mirar el mensaje.
Al ver la cara de sorpresa del rey, explicó: – El mensaje no es solo para situaciones desesperadas, sino también para las placenteras. No es solo para cuando estás derrotado; también sirve cuando te sientes victorioso. No es solo para cuando eres el último, también para cuando eres el primero.
El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: – Esto también pasará – y entonces comprendió.
–Recuerda que todo pasa. – le recordó el viejo sirviente – Solo quedas tú, que permaneces por siempre como testigo.
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